POR SU
CULPA
Aquel día fue mi principio… pero
un día como tantos.
Tarde de sábado, con nubes
espiando lo que hacía, el sol muy tímido, las dejaba muy mansamente. Nada
tendría que pasar o nada tenía que esperar, mi traslado era uno más. Caminé
sobre veredas rotas, salpicadas de ladrillos, baldosas y tierra, las sorteaba
casi como un juego para fijar mi vista a nada. Tranquilo atardecer casi sereno
en demasía por ser un medio feriado, pero mí tiempo estaba a un paso de un
cambio, transformación inquietante, que sin saber el porqué, se hizo una
molestia… y sí… lo fue.
Sobre mi misma ruta una figura se
estaba acercando con pasos muy lentos,
me atreví fijar mi mirada a la suya, a medida que la distancia era poca, sus ojos color miel, su pelo largo
entrecano o con tinta de fantasía, elegante, su ropa ajustada a su cuerpo,
hacía una imagen increíble, no había motivos para detener la marcha, pero su…
.- ¡disculpe!... ¿sabe decirme usted donde habría un hotel? Su voz entró en mí
como un relámpago, trueno, y la tormenta se desató por dentro. Casi
entrecortado, perturbado le dije…- no, no, sí perdón… al otro lado de la
ciudad, pero no muy lejos. Ella muy amablemente, sonriendo y con picardía… - Si
no es muy distante, ¿me podrías acompañar? Nada fue igual, todo fue sublime, de
un instante obtuso sin motivos importantes, a un júbilo de estrellas en mi
cuerpo… - ¡Si por supuesto!... disculpa. Ella me había tuteado y me sentí más
joven por su forma de hablarme, retomamos la caminata en contra mi destino,
pero nada importaba, todo era mejor. Su voz sensual y pausada provocaba en mí,
deseos que no entendía, o sí, me conquistaba. Inconscientemente arreglé mí
cabello, acomodé mí ropa casi sin darme cuenta, sentí la necesidad de verme
bien.
- ¿Estabas ocupado o tienes algo
importante que hacer?... - No, no, para nada… solo de regreso a mi casa… - ¡A
bien! Contestó ella mientras me comentaba cosas, pero yo, solo estaba tratando
de acomodar los sentidos y no escuchaba lo que me decía. Las cuadras no existieron,
el tiempo se esfumó, pero no sé qué pasó… estábamos frente a su destino, bronca
me dio, maldije la distancia donde nos encontramos, pero ya estaba ese inmenso
y ruin cartel, diciendo su nombre.
Se detuvo frente a él, giró su
todo, sonrió, acercó su mejilla y me bañé de fragancias suaves, imágenes
celestiales atormentaron mi cerebro, cuando un golpe de su voz me dice… - Te
invito que entres y cenamos juntos, ¿sí? Hermoso hotel, bella habitación,
increíbles decorados, acompañaban ese momento. - Ponte cómodo, me doy una ducha
porque estoy cansada y luego tomamos algo. No sabía que estaba pasando o
porqué, quien era o que quería, pero el tiempo, al revés de la caminata se hizo
eterno, recorrí cada cuadro colgado, piezas de adornos, muebles de estilos
terminado en un amplio y mullido sillón, apoyé mi brazo sobre el respaldo para
estirarlo, cuando siento tocar algo distinto, giré sobre mi hombre y entontecido
vi esa bella mujer desnuda apoyándose sobre mi mano, galopeando mis deseos. Sin
permiso entre nosotros, mi boca golpeó sobre su piel y su cuerpo, con
desenfreno y sin miedo, chocaron los labios perdidos de lujuria y pasión, las
respiraciones fuertes y calientes atenuaron la música, arrancó mi camisa, tiró
de mi pantalón y sin tener nada más, los dos éramos Adán y Eva, sentí su boca
sobre mi verga, sus manos dos pistones desencajados y sus gemidos de apetito,
casi sollozos, volcó mi cuerpo sobre la alfombra y su inmensa desnudez sensual
galopeó con frenesí y demencia. Perdidos de histerismo y codicia, nos hicimos
pecadores de amantes, deseosos de lo prohibido. Abrió sus piernas, entré en su
vagina sin pedir permiso, apretó mi boca y quiso mi lengua hasta su entrañas,
gritaba que todo lo quería y como una culebra embravecida, dio vuelta su cuerpo
y su culo lo hizo mío. Penetré toda su profundidad, el zarandeo de su cuerpo
caliente y mojado, sin saber cuánto tiempo fue el mío, dos gritos fueron los
alaridos de especies salvajes, porque estallamos en el más caliente de los
orgasmos. Agotados, desnudos y abrazados por el descarriado amor, nos miramos
enamorados con lágrimas en los ojos, contentos y perdidos en el tiempo, sus
labios rojos y carnosos lo apretó junto al mío, y en un susurro me decía, eres
un amor para amar.
Orlando Mario Soverchia-
YoAmor D/R
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