DOLOR
DE UN MOMENTO
Aquella noche, un llamado llego a mí, alegre y
sorprendido vi que era ella, sentí
preocupación por la hora, era tarde, atendí y su voz tensa y firme, me dijo.-
Quiero hablar contigo y ahora.- No me dejó decir nada, solo que volvió a
repetir lo mismo y hasta casi fastidiada. Le dije que ya iría a su casa, pero
me respondió muy rápidamente.- No, no, te espero en el bar de siempre.-
La distancia no era de mucho tiempo, pero a mí, se me alargó
una eternidad. Entré, ella estaba en una mesa muy alejada de todos, pero con
muy poca gente. Nerviosa, me miró casi desinteresadamente con una falsa sonrisa,
quise acercarme para darle un beso, pero su mejilla se alejó con desprecio.-
Hola, te llamé porque tengo algo que decirte y hace un tiempo largo que debí
decírtelo.- Dejé mi expresión tierna y mi rostro se tornó tenso y preocupado,
nada entendía, pero por su mirada y sus manos temblorosas me decían que algo no
estaba bien. Con una intención calma, le pedí que me cuente, y fue que en ese
instante empezó el pánico del dolor.
-Tengo que decirte que… Estoy con otro hombre hace casi un año
y me voy a casar.- me sonreí con sorpresa y confundido a la espera de la risa
de una broma, pero nada cambiaba, ella muy sería y con los ojos fijos a los
míos, me gritaban que era verdad. Me sentí un niño tonto y desamparado, por
tanta barbarie para mi querer, pero el derramamiento de mis sentimientos,
estaban en ese lugar y mi amor desangraba no pudiendo contener aquel estado. Mi
mente se extravió, mis oídos se cerraron al poco movimiento de ese lugar, y mis
ojos tristes con las primeras lágrimas hacían que se valla nublando la imagen
de esa cruel mujer.
Sin pensar en nada de lo que me había confesado, recordé a mi
madre por sentirme tan infante de mi alma y tan inocente, por haberle dado esos
años sin condición y sin pensar en otra cosa que hacerla feliz, como yo me
sentía con ella, pero la vida me apuñaló una y otra vez, sin pedir permiso y
sin dejarme defender de aquella traición. Giré mi cuerpo herido, dolido y
maltrecho, avergonzado con mi conciencia y sin poder convencerme de lo que
había pasado, salí de aquel cepo de tortura, llegué a la calle solitaria, llena
de risas de fantasmas burlones, que me acompañaron hasta aquel banco de una
plaza y sin luz. Y ese lugar fue testigo de mi grito desgarrador de un.. No!… y
desde ese día estoy muriendo con mi vida.
Orlando
Mario Soverchia- YoAmor